miércoles, 6 de junio de 2018

Tarjeta de presentación

Quisiera presentarte a Borja. Prestemos atención con que es "alguien", es decir, tiene un nombre, una energía, un pasado y un presente que nunca será futuro. Siempre está, sólo que conoce más que tú, lector, y que yo, escritora. Es alguien que trascendió y que compartió muchísimo.
Borja es como la falta de azúcar, y eso me parece injusto aquí y en la China. Tiene un sabor amargo, un gusto adquirido, como el olor a café por la mañana. Como el segundo, tercer cigarrillo. Esos que generan la adicción. Es un gusto que sabes que en un momento te hizo daño, pero lo quieres tanto, te hizo crecer tanto, aprender tanto. 
Un día lo tomé de las manos y tuve que explicarle. Tuve que decirle todo lo que significaba para mí. El dolor. La angustia. La felicidad. El dolor. La lejanía. El cambio. El dolor. El amor. La culpa. El dolor. Todo eso se lo expliqué, tomándolo de las manos, mirándolo al alma. Asintió con el corazón que palpitaba tan poquito, con mucha determinación. Yo me moría de miedo, pero entendió. 
Le agradecí tanto que me dio dolor de estómago. El estaba bien. Me regaló una rosa naranja y en ese momento supe que teníamos que despedirnos. Era el momento de separarnos y yo no sabía si quería dejar que se vaya. "Quiero que te quedes tanto como quiero que te vayas", le dije. Sonrió. Apretó mis manos muy fuerte, me abrazó y sonrió de nuevo. No me dijo nada, pero enseguida supe que iba a estar para toda la vida. Volteó y se fue caminando al lado contrario, con mucha paciencia, paz, lento, el alma muy abierta y los ojos bien cerrados. Desde la espalda lo sentía sonreír.
La sangre corría por mis manos y las lágrimas por mis mejillas. Ambos líquidos tibios. Ahora sé que cada vez que sienta que me aborda el llanto vas a estar tú, Borja, saliendo de tu escondite para darme calma.
Qué bonito nombre tienes.

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