La ilusión se disfraza. Se convierte en amor, en deseo, en
el destino de las cartas o en la peor de las suertes. Anda a tientas por el
subconsciente hasta atinar a la forma correcta. Se transforma en lo que uno más
anhela, o rechaza. La ilusión es cobarde, casi tanto como el portador. Mezcla
síntomas médicos con dolores del corazón. Es culpable en primer grado de
asesinato de ideales. La ilusión juega con nuestras mentes. Nos genera la grata
sensación de tener la razón. De dominar las escenas y tenerlas bajo control. La
ilusión es narcisista, porque sólo piensa en sí misma. Es ambivalente,
cambiante y contradictoria. Encuentra caminos, desarma ciudades, reordena
naciones enteras, convierte estrellas en agujeros negros.
Y mi ilusión tiene tu nombre.
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