lunes, 6 de junio de 2016

En mi balcón, tiburón

Siempre quise que me dediquen una canción. Nunca pasó. De alguna manera quería contarte que puedo vivir sin ti. Ya lo constaté hace dos días, siendo exacta. Tu imagen y tus ganas de ser mejor, tu ilusión, tu talento, tu frustración, tus gritos, tus celos, tus desvaríos... son entrañables. Hasta me dan ternura. Podría decir que extraño esa locura que varias veces me hizo llorar. Sin embargo, encontré la solución. No eres tú, soy yo, se han invertido los papeles. ¿Ves? Ahora soy yo la que tiene la fuerza para vivir, y muchos planes por cumplir. Tengo 25 años, casi casi 26, y siento que aún soy joven y me he convertido en una mujer fuerte. Al menos, más fuerte que tú. A veces las personas que consideramos complementos son, más bien, impedimentos para seguir nuestros propios caminos. Y quizás los nuestros nunca debieron cruzarse. El cariño que existe entre los dos y la posibilidad de ser amigos para mí no era una opción hasta hace precisamente dos días. ¿Sabes? Estoy sentada en mi balcón muriéndome de frío con un libro nuevo, que huele delicioso, y escuchando algo de música. Ninguna me hace recordarte. Porque siempre quise que me dediquen una canción, y tú, que pensé que eras mi futuro, tampoco lo hiciste. Te envidio un poco por tener un balcón donde puedes verme pasar de vez en cuando. Yo ya dejé de mirar hacia arriba, esperando encontrarte. ¿Sabes? No es tan malo. Me siento mejor. Para mí toda persona que comparta un pedacito de vida junto a mí es invaluable, pero ahora siento que nos dejamos. Los dos, decidimos dejarnos, y eso es una suerte. No lo logramos. Sé que hay más balcones como el mío, con más personas mirándome y pensando ¿quién es ella? Pero, por ahora, no quiero ver hacia arriba. Quiero ver de frente. Quiero ver dónde piso, el camino que estoy construyendo. Sin ti. Regresar a la lectura, que abandoné por un tiempo, y regresar a la escritura, que abandoné varios años, me han servido de terapia. Me gustaría pensar que lees lo que escribo desde mi balcón. Que de vez en cuando, cuando pasas por aquí, te provoca alzar la mirada. Pero sé que es una idea casi platónica. Quiero contarte que ya no busco un por qué, sino más bien que encontré un para qué. Ya no me haces falta, al menos de la manera en la que yo te percibía. Ya no pienso en mi futuro. Vivo todos los días como si fueran el último. Si me muero mañana, quiero que sepas que siempre fuiste una persona difícil, y que yo, más bien, siempre fui una mujer bastante fuerte. Me gustaría que sepas que la felicidad no dura 15 minutos. Depende de cuántas ganas le pongas a encontrar aquello que te haga sentir vivo todos los días. Yo lo encontré, y no eres tú. Hace dos días. Me tomé el trabajo de leer con vehemencia y atención todo lo que he escrito antes y caí en cuenta que hace cuatro o cinco años estaba escribiendo mi presente contigo, en este espacio que estoy segura que te enseñé y lo has olvidado. Que, a pesar que no sabía de tu existencia, te estaba percibiendo. Que, sin querer, había escrito nuestra historia. La parte no tan bonita de este asunto de a dos es que, cuando escribía de a uno, siempre estaba triste. Eso es lo que causas en mí, melancolía, hasta algo de nostalgia. Nunca fuiste eso que me faltaba para ser mejor, más bien, fuiste lo contrario. Realmente me gustaría que estés leyendo esto, mirando por tu balcón, a ver si me dejo ver. Pero ya no. Regresé al mío propio, le puse flores, lo pinté de blanco y volví a empezar.

No hay comentarios: