Hoy está lloviendo. Lo veo por el balcón, pero las gotas que
veo en mis manos no le pertenecen a la lluvia. Tampoco son fruto de este calor
anómalo. Sin embargo, toco mi rostro con los dedos y me doy cuenta enseguida
que lo que caía en mis manos, en mis pies, en mi ropa y en el suelo eran
lágrimas silenciosas. Cavaron su propio caudal a través de mi piel, golpearon
mis brazos, salpicaron en el piso de madera. Crearon un charco grande a mi
alrededor. Y yo quiero parar, pero no puedo. Yo pensaba que estaba lloviendo.
La mancha grisácea que me rodea se sigue agrandando, mi
vestido está empapado. Las lágrimas ya no salen sólo de mis ojos, sino también
por mis dientes, mis dedos, mi pelo. Comienzo a atorarme con tanto líquido. La
desesperación hace que intente tapar las fugas, pero es en vano. Mi alma está
llorando. Mis pies están mojados. Mis pantorrillas, mis rodillas, mi cadera.
Todo mi cuerpo. Me estoy asfixiando.
Ya no puedo ver más, todo está distorsionado por el agua que
brota de mis ojos. ¿O quizás así es el mundo y la que lo transgredía era yo
misma? Cómo es, pienso, cómo era todo cuando era normal, mientras me ahogo.
Cómo era.
Ya no puedo respirar.
1 comentario:
Recuerda, que la chalina de Mercedes, puede ser un excelente pañuelo.
Siempre.
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