Varias cerdas de hilo de óptima calidad, grandes máquinas pesadas, cientos de miles de diseños de diversas partes del mundo. Estas son tan solo tres características imprescindibles para la elaboración de una alfombra. No se necesita ser un genio para saber que las alfombras contribuyen a crear armonía en la decoración de cualquier ambiente. Tengo la seguridad de que casi todos tenemos una en casa, ya sea artesanal, de paja, persa, entre tantas.
Analicemos, pues, el recorrido de estas infalibles armas de la decoración moderna de una manera un poco menos superficial y adentrémonos en cómo podrían sentirse si no fueran tan solo un conjunto de hilos unidos. Veamos que pasaría si tuvieran alma.
Estamos en una tienda de alfombras persas. Todas son iguales, pero diferentes entre sí. Algo que amerita ser mencionado es que las alfombras pasan largos periodos de tiempo en estas tiendas, ya que no se suele comprar una alfombra todos los días. Lo que la gente ignora, es que una alfombra espera a ser la indicada, la perfecta, la alfombra. Por eso, el hecho de que la compren, ya la hace especial, porque es diferente, mejor, más que las otras.
Luego, se llega a la nueva casa y se coloca la reluciente alfombra en el lugar indicado. Ese lugar, donde todo el mundo va a pasar y va a percatarse de su presencia, o eso es lo cualquiera pensaría.
Van pasando los días, las noches, las reuniones, los almuerzos. La alfombra permanece allí, inmóvil, pero no reluciente. Ya se dio cuenta de su propósito, del asunto pendiente que tiene que cumplir hasta el resto de sus días. Cuando llegó, se sentía libre, especial, importante. Ahora, se siente sucia, ignorada, pisoteada (literalmente).
Y es así como permanece una alfombra siempre. Está allí, vale tanto, pero nadie la ve. A nadie le importa. Solo sirve para ser pisoteada, marginada y para que la gente limpie los desechos de sus zapatos en ella. Cada día se hace más vieja, y cada día es más ignorada.
¿Cuál es el propósito, entonces, de ser una alfombra toda la vida? Que a la gente no le importe como te sientas, ni el daño que te pueden hacer. Un día todo es tan claro, tan hermoso y luego, al cabo de un tiempo muy corto, todo acaba de una manera espantosa. Terminas debajo de todos, siendo pisoteada sin que nadie de el menor indicio de tu presencia.
Ese es el problema de la gente-alfombra. Que nadie se preocupa por ella, ni por lo que pueda sentir. Todo pasa, se mueve, todo agitado, pero no se puede hacer nada. Una alfombra solo observa, solo mira, inquieta, pero no puede formar parte de ningún asunto.
¿Por qué, entonces, se hace sentir a una alfombra como la indicada, la perfecta, la reluciente y luego se termina con ella de una manera tan cruel? Es simple, las alfombras son creadas para eso. En un momento cree que es especial, pero al cabo de un tiempo se da cuenta de su verdadero propósito. Ese es mantenerse como base para la gente, para ayudarlos, mantenerlos erguidos, nada más. Así se permanece hasta que se desgaste y decidan comprar una nueva. Así de simple se termina con la vida de las alfombras, que, felizmente, no tienen alma.