lunes, 26 de mayo de 2008

Llegó el azul

¿Quién se imaginaría que pasaría un tiempo tan corto antes que el azul llegara? Estuvo, pero se fue. Ahora regresó con más fuerza, irreparable. Pasan pocos días y parecen una eternidad, como si el azul hubiera estado conmigo siempre.

Ironías de la vida. Unos van, otros vienen y uno nunca está preparado para lo que le repara el destino. Y ahora, después de unos cuantos días mágicos, sólo puedo decir una cosa:

Fuiste, magenta.

jueves, 22 de mayo de 2008

Esperando

Magenta el color de tus ojos. En magenta pienso cuando pienso en mirarte. Magenta el dolor que me causas, cuando creo que todo está mejorando, cuando encuentro, o creo encontrarle, algún beneficio a todo este asunto.

En magenta me hundo cuando me decepcionas. Magenta las lágrimas que brotan de mis ojos, resbalándose por mis mejillas hasta caer en el magenta del olvido. Olvido, donde pertenezco, donde siempre pertenecí.

Magenta me pones cuando estás pensativo. ¿Piensas en mí o acaso en alguien más? Magentas las dudas que siempre provocas, magenta se exhalta, de un magenta sin fin.

Magentas son los días que me esperan en el futuro. Quizás dos, quizás cuatro o de repente algo más. Todo hasta que llegue mi príncipe azul, que rete al magenta a un duelo de a dos. El magenta estará débil, ya no querrá pelear más. Por fin, de una vez por todas, se desplazará el magenta y reinará el azul por siempre y para siempre. No más magenta, nunca más.

Y ahora a esperar.

Inalcanzable

Me siento y llega inoportuna
la inspiración, por tu culpa
por la barrera entre los dos
impenetrable y feroz

Ni en uno ni en mil años
cambiarías tu aspecto huraño
pues ser así es parte de ti
y aún así formas parte de mí

¿Qué acción atribuyes?
En vez de venir, huyes
y detrás va mi paso cansado
harto de ser herido, rechazado

Cuando das tus discursos
no te miro, pero escucho
esa voz tan distante
aunque a mi lado, inalcanzable

Delicada esta sensación,
que se confunde con frustración,
es el placer de no tenerte conmigo
aunque lo intenté, eres testigo

domingo, 18 de mayo de 2008

Hermana mayor

A veces las situaciones se vuelven de un gris extremo. A veces no se sabe que es lo correcto. A veces no se entiende el por qué de las cosas. Uno siempre espera lo mejor, pero lo mejor no es lo que abunda. Tendemos a fracasar una y otra vez, de eso se trata la vida. De caernos y de volvernos a levantar de forma constante.

A veces la mente infantil e inocente nos juega malas pasadas, creando un mundo que no existe, donde todo es diáfano y se puede restaurar lo malo tan solo con un reloj mágico para retroceder el tiempo y empezar todo de nuevo, con el pie derecho.

A veces el optimismo no es la mejor opción, porque los fracasos y la frustración suelen estar a la vuelta de la esquina. Cuando esto pasa, la tristeza invade y la impotencia es incontrolable.

A veces las alegrías están tan presentes, que la gente las comparte constantemente. Es más, a veces estas alegrías se convierten en máscaras para que la gente no vea la melancolía que uno guarda, que se esconde el lo más recóndito de su corazón. La “simple vista” nunca basta.

A veces encontramos a esa persona especial, a veces no la encontramos. A veces la encontramos, pero no es la indicada. A veces lloramos por esa persona. Y así son los juegos del alma, a veces gustan, a veces no.

Para todos los “a veces” que me pueda imaginar, los divertidos, los aburridos, los tristes, estás tú. Siempre a mi lado, incondicionalmente. Reconoces mis máscaras con una facilidad impresionante, que de veras admiro. Escuchas mis silencios y los interpretas siempre como lo que son, un conjunto de palabras atracadas y desordenadas. Me ayudas a organizarlas y a encontrar conclusiones, en las cuales las lágrimas no tengan mucho, o nada, que ver.

No sé como hacer para retribuir todo lo que haces por mí. Nos conocemos hace tan poco tiempo, pero parece una eternidad. Podemos registrar lo que nos pasa con tan solo un par de miradas, y todo está claro. Somos tan diferentes y tan similares paralelamente, que a veces me asusta como nos podemos llevar tan bien y conocer tanto. Eres como la hermana que tuve alguna vez, y que me gustaría seguir teniendo, pero son cosas de la vida en las cuales yo no estoy involucrada. No sabes la felicidad que se regocija en mi cuando lloro y me das un abrazo o cuando me río y me pegas (infeliz). Haces tanto por mí y yo no sé como pagártelo.

Lo único que te puedo decir es que en poquísimo tiempo has logrado estar muy presente en mi vida, y me has ayudado en tantas cosas, ya sea con un sublime o un abrazo en el momento indicado. No te imaginas lo importante que eres para mí y la increíble persona que eres. Mi suerte es infinita, ya no quedan muchas como tu. Te adoro, no sabes cuanto. Te he aprendido a querer como eres, jodidísima, pero incondicional.

Gracias por todo, Andrea Llinás.

Cuanto más sé, menos entiendo

Creo escucharlo en el viento
Creo tenerlo presente
Creo que tengo miedo
Miedo de perderte

Pretendes ser verosímil
Pero es solo una máscara
Donde te escondes para siempre
Y no muestras la cara

¿Qué siento, qué veo?
Ya no puedo dormir
Estás hasta en mis sueños
Siempre para mí

Llega pronto, que te espero
¿Falta mucho? Ya no puedo
Tu sombra se inmuta
Pero tu cuerpo no me alcanza

Estoy triste, miro al cielo
Y te veo entre las nubes
Tan campante, tan risueño

Eternamente sonriendo

viernes, 16 de mayo de 2008

Oda al brownie

Son las 5 de la tarde. Hace frío y Joaquina tiene hambre. No hay nada que hacer, el día gris le irrita y sus pies se congelan. Está sentada en la silla de siempre. Plasticazo, como diría su madre. Quizás de plástico, pero, en fin, es placentera.

Mira el reloj, luego el ordenador. Luego el reloj y otra vez el ordenador. Hoy estoy inspirada, piensa, pero hay algo que me falta. Ahora sus dedos de las manos están tan fríos, que se pueden convertir en un iceberg con focas encima que podrán atacarla en cualquier instante. Uno nunca sabe.

Joaquina tiene un deseo imperativo. Ya no puede más con su vida, ya no puede seguir subsistiendo. Lo necesita. Tan marrón, tan esponjoso, tan (a veces) crujiente. Está tan presente, que hasta su paladar empieza a imaginárselo, a apreciarlo, a creerlo.

Corre y abre el estante de la cocina. No hay cocoa y la harina se malogró. Caray, siempre pasa lo mismo. Corre a su billetera, tiene S/. 1.50. No le alcanza para comprar uno. ¿Y ahora? Abre la ventana y hecha un vistazo. ¿Por qué va a buscar un brownie en la ventana? Reitero, uno nunca sabe.

Regresa al ordenador y están dando Pataclaun. Programa estúpido para gente estúpida, como Joaquina. Es como el palo picante para la gente picante. Deberían hacer una propaganda sobre eso, piensa. Desde luego la gente compraría un palo picante, si son picantes.

Joaquina empieza a alucinar. La falta de chocolate, hormona de la alegría, en su sangre comienza a afectarle. Voltea y ve algo espectacular. El muñequito verde del Messenger acaba de salir del ordenador, como el fantasma escritor, y empieza a hacerle el habla. Es churro, piensa, puede que funcione, pero por ahora tengo otras cosas en la cabeza, gracias.

Una vez que se fue el muñequito del Messenger, Joaquina medita sobre su próxima táctica. Dios mío, ¿por qué me haces esto? De veras lo necesito. No puedo evitarlo, es como una enfermedad. En fin, Joaquina es pobre, sin curso y los tacos la llevarán a la muerte si no encuentra un brownie en el siguiente par de horas.

Estas son cosas que suelen salir de la cabeza de una persona, a la que le falta chocolate en la sangre. Si viene con bola de vainilla y fudge, mucho mejor. Si, fantástico, esperaré con ansias el momento en el cual pueda carcomer ese brownie soñado. Oh si.

¿Jugamos?

Cuando estás, cuando no estás. No da igual. Siempre estás. Si te tengo, te siento. Si no te tengo, te pienso. Solo deambulo por las calles del olvido, donde todo es sombrío y apesta a delito. ¿En qué estaba pensando? Aún intento descifrarlo.

Que fuerte lo que dices. ¿Qué dices, que no entiendo? Si, pero no. No, quizás si. Uno nunca sabe, porque nunca se termina de esperar. ¿Cuándo pretendes acabar? Solo me quieres enredar.

Tiernas las flores que caen de los árboles, el frío que entra, que duele, que quema. Así caigo yo, lenta, desilusionada y patéticamente, caigo sola, caigo porque me dejas. El invierno penetra y la brisa se hiela, como tu, que cada día más te congelas.

Dime tu, ¿qué sientes? Lo que siento no importa. Las palabras se atracan, no brotan, se esconden. Dices lo mismo y siempre te sientes distinto. Inconsciente, indecente, inminente, yo inexistente.

Y me miras a los ojos y me dices que me quieres. ¿Cómo quieres? No me quieres. Si quisieras, falso eres. No te importa ni preocupa, eso ya lo sabía. Entonces, ¿por qué tanta agonía? Pregúntate tu mismo y respóndeme cuando puedas.

No me hieras, que me muero. Soy de carne, no de acero. Si no quieres, ya no importa, solo vete y déjame sola. No me extrañes ni me crees en tus sueños juveniles. Vete ya, hasta luego, hasta aquí, terminó el juego.

jueves, 8 de mayo de 2008

La melancólica vida de una alfombra

Varias cerdas de hilo de óptima calidad, grandes máquinas pesadas, cientos de miles de diseños de diversas partes del mundo. Estas son tan solo tres características imprescindibles para la elaboración de una alfombra. No se necesita ser un genio para saber que las alfombras contribuyen a crear armonía en la decoración de cualquier ambiente. Tengo la seguridad de que casi todos tenemos una en casa, ya sea artesanal, de paja, persa, entre tantas.

Analicemos, pues, el recorrido de estas infalibles armas de la decoración moderna de una manera un poco menos superficial y adentrémonos en cómo podrían sentirse si no fueran tan solo un conjunto de hilos unidos. Veamos que pasaría si tuvieran alma.

Estamos en una tienda de alfombras persas. Todas son iguales, pero diferentes entre sí. Algo que amerita ser mencionado es que las alfombras pasan largos periodos de tiempo en estas tiendas, ya que no se suele comprar una alfombra todos los días. Lo que la gente ignora, es que una alfombra espera a ser la indicada, la perfecta, la alfombra. Por eso, el hecho de que la compren, ya la hace especial, porque es diferente, mejor, más que las otras.

Luego, se llega a la nueva casa y se coloca la reluciente alfombra en el lugar indicado. Ese lugar, donde todo el mundo va a pasar y va a percatarse de su presencia, o eso es lo cualquiera pensaría.

Van pasando los días, las noches, las reuniones, los almuerzos. La alfombra permanece allí, inmóvil, pero no reluciente. Ya se dio cuenta de su propósito, del asunto pendiente que tiene que cumplir hasta el resto de sus días. Cuando llegó, se sentía libre, especial, importante. Ahora, se siente sucia, ignorada, pisoteada (literalmente).

Y es así como permanece una alfombra siempre. Está allí, vale tanto, pero nadie la ve. A nadie le importa. Solo sirve para ser pisoteada, marginada y para que la gente limpie los desechos de sus zapatos en ella. Cada día se hace más vieja, y cada día es más ignorada.

¿Cuál es el propósito, entonces, de ser una alfombra toda la vida? Que a la gente no le importe como te sientas, ni el daño que te pueden hacer. Un día todo es tan claro, tan hermoso y luego, al cabo de un tiempo muy corto, todo acaba de una manera espantosa. Terminas debajo de todos, siendo pisoteada sin que nadie de el menor indicio de tu presencia.

Ese es el problema de la gente-alfombra. Que nadie se preocupa por ella, ni por lo que pueda sentir. Todo pasa, se mueve, todo agitado, pero no se puede hacer nada. Una alfombra solo observa, solo mira, inquieta, pero no puede formar parte de ningún asunto.

¿Por qué, entonces, se hace sentir a una alfombra como la indicada, la perfecta, la reluciente y luego se termina con ella de una manera tan cruel? Es simple, las alfombras son creadas para eso. En un momento cree que es especial, pero al cabo de un tiempo se da cuenta de su verdadero propósito. Ese es mantenerse como base para la gente, para ayudarlos, mantenerlos erguidos, nada más. Así se permanece hasta que se desgaste y decidan comprar una nueva. Así de simple se termina con la vida de las alfombras, que, felizmente, no tienen alma.