miércoles, 11 de junio de 2008

Los sollozos que no bastan


La niña se sienta sobre la cama. Observa la alfombra y luego las cortinas, que ondean al ritmo del viento. Mueve los dedos de sus pies, esperando un milagro. Cierra los ojos fuertemente y vuelve a abrirlos, deseando haber despertado de una vez por todas de un sueño que parece tornarse infinito.

Derrama una lágrima furtiva, que empieza a deslizarse sobre su vientre. Ahora son dos, cuatro, nueve. La niña no puede detener su llanto intimidado. Se mira las piernas, con cierta vergüenza, y se echa nuevamente sobre la cama, en posición fetal.

Su mente se explaya y con ella su cuerpo, que parece que volara. Aunque de veras desea salir corriendo de ese horrible lugar, no se inmuta a hacerlo. Por más asustada y sorprendida que esté, siente que sus extremidades no obedecen sus órdenes cerebrales, las cuales gritan cada vez más alto, sumidas en un silencio sepulcral.

Sigue la niña con su llanto cansado y suspiros fortuitos. Decide ahora obligarse a sí misma a hacer un esfuerzo sobrehumano y a sentarse nuevamente. Se siente débil y con escalofríos. Mira ahora sus manos, teñidas de ese temido líquido escarlata, más brillante que nunca, opacado tan sólo por las lágrimas, que aún persisten en caer.

Hecha un último vistazo a su alrededor, espacio de tragedia. La niña se levanta con dificultad y se viste. Camina hacia la puerta, viendo antes al ser espantoso que yace todavía dormido sobre la cama, con una sonrisa macabra marcada en los labios. Atraviesa, la niña, la puerta, intentando dejar todo espectáculo atrás. Por supuesto, aún no para de sollozar. No lo hará en mucho tiempo.

2 comentarios:

Mariana dijo...

hay tanto en común joaqs :), y eso me da gusto porque entre tus palabras y las mías, me entiendo :)
te quiero monga.

Anónimo dijo...

Revisaba en los blogs, y encuentro este. Muy bonito cuento.

Saludos =)